miércoles, 2 de abril de 2014

Cuestión de medidas.

Te regalo cada uno de mis centímetros y mililitros,
cada uno de mis gramos, de mis grados, de mis decibelios.
Mídeme con cuidado y con todo lo que tú quieras.
Me ofrezco a ser tu experimento.
Te regalo mi cuerpo.

Ponme a prueba y pruébame, y repite, repite, repite, más lejos.
Más dentro. Más como si me odiaras. Más.
Rómpeme y arréglame luego, por dentro. Más dentro.

jueves, 13 de febrero de 2014

Preámbulos

El cuello palpitando, la piel erizada.
Las costillas se te marcan porque respiras como si el aire de este cuarto fuera el último en el mundo.

Pupilas dilatadas, un gemido que araña tu garganta intentando abrirse paso por tu boca, cerrada y tensa. Adrenalina que hace carreras en tu cuerpo, que se siente casi más que lo que viene a continuación.

Pezones duros, puños cerrados, ceño fruncido, el rímel que mancha tus mejillas (porque limpias eran demasiado bonitas para esto).
La mezcla de miedo y ansia da brochazos en tu iris. El aderezo final.

Te quiero sucia, en tensión, despeinada.
Mojada.
Aterrada, incluso.
Viva.

Los preliminares son tan importantes al follar, como al morder.

martes, 12 de noviembre de 2013

Pequeño aperitivo nocturno.

A veces simplemente veo sangre por todas partes.

Sangre que gotea del techo, que aterriza en un charco -también de sangre-, que se siente caliente sobre tu piel, que recorre gota a gota las esquinas de tu cuerpo.
Sangre descendiendo por tu boca, por la comisura de tus labios, bailando sobre tu fila de lunares, acumulándose ligeramente en el hueco de tu clavícula.
Sangre que baja por tus pechos, sangre que no sé por qué estoy dejando correr cuando sólo quiero llenarme la boca de ti...y de ella.
Sangre que se sabe las partes de tu cuerpo que más me gustan y las recorre para darme envidia, tan roja, tan densa, tan brillante, tan tibia...

Sangre que terminará en mi lengua mientras esta baile sobre ti.

Tú, que también terminarás en mi lengua, sonríes ante mi cara de pasmo.

Quiero comerte y quiero follarte.
Quiero sangre.
¿Qué hacemos primero?

domingo, 15 de septiembre de 2013

Mientras te oía leer en la habitación de al lado un escalofrío recorrió mi nuca.
También te oía pasar las páginas, el roce de una hoja con la siguiente, tus dedos deslizándose por la esquina de cada una de ellas. Papel contra papel, piel contra papel, tu boca humedeciendo las yemas de los dedos para facilitarlo...
Y tu voz de fondo, impasible, bien modulada y profunda, dando sonido a las palabras impresas en tu libro. Casi podía sentir el olor de la tinta como si estuviera allí. Tinta deseando ser leída.

Me puse cachonda.
Lo admito.
Tu voz siempre fue un punto débil.

Un ligero hormigueo fue aflorando a la altura de mi diafragma. La piel se me puso de gallina.
Por unos segundos, te imaginé recitando uno de los párrafos a mi oído, junto a mi cuello. Otro escalofrío.

Mi respiración, del todo innecesaria dada mi condición de vampira, se trastabillaba al pensarte. Juraría que noté dilatarse mis pupilas cuando pasaste de nuevo una página.

Tumbada boca arriba en mi cama, ésta se me antojó demasiado vacía. Parecía una broma de mal gusto estar a escasos metros de ti, tan solo separada por una pared, pudiendo sentirte y oírte y que no estuvieras entre mis sábanas.

Cerré los ojos. No quería que ninguna decoración de mi techo pudiera distraerme de escucharte hablar. El mero roce de mi piel contra la ropa de cama me hacía estremecer.

Las palabras seguían escapando entre tus labios, y...Dios...quién fuera palabra en esos momentos.
La tela estorbaba contra mis pezones, iba a ahogarme en mi saliva.

Y me rendí ante mi mano.

Las caricias apartaban el camisón a su paso, dejando mi piel al descubierto. Mis dedos viajaron por mis pechos, contra mis pezones erectos, pero pronto siguieron bajando hasta su verdadero destino.

El encaje se retiraba ante mi deseo, y tu voz seguía en la habitación contigua, desnudándome ella a través de mis manos.

Primeras caricias, lentas, suaves, como tus palabras. Mis dedos se humedecieron en segundos. Los primeros suspiros luchaban por salir de mi boca, y yo debía contener la respiración cada vez que terminabas una página.

Continué tocando mis labios, mi clítoris, todo empapado de desearte haciéndolo tú, empapada de tu voz. Cada pausa, cada frase entonada, cada nuevo roce de las páginas...las caricias seguían tu ritmo al hablar. Mis muslos se retorcían, mi mano libre bailaba por mis tetas.

Me acelerabas, me aceleré. Las caricias no eran suficiente. Mis dedos entraron donde ellos querían, pues yo ya no era dueña de mí. Una y otra vez me follaron como deseaba que lo estuvieras haciendo tú entonces. Las caderas empezaron a ascender, los muslos a tensarse. Ya no podía aguantar la respiración, así que tuve que morderme la mano. Incluso tu voz pareció intensificarse, como si lo hicieras adrede. Mis dedos, ya empapados, no daban abasto.

"Fóllame", era la única palabra que podía elaborar mi cabeza entonces.

Si hubieras sabido lo que hacía cuando leías...


lunes, 19 de agosto de 2013

Más.

-Más fuerte.

La voz parecía escaparse con dificultad entre sus labios, apenas audible, como si el mero hecho de pronunciarlas fuera algo insoportable.

El chasquido del cuero contra su nívea piel pareció resquebrajar el aire a nuestro alrededor.

-Más...- Suplicó de nuevo con los ojos cerrados.

Un nuevo movimiento de mi brazo hizo silbar el aire al abrir paso a la negra piel de mi correa. Sus hasta entonces pálidas nalgas se tornaron rojas en pocos segundos. Acaricié con delicadeza la piel castigada y caliente por la sangre que se acumulaba en las capas inferiores.

Estaba a gatas, con las muñecas atadas entre sí. Desnuda. Totalmente desnuda para mí. Su pelo negro caía alborotado por su espalda.
-Sigue...- Intentó decir en un susurro entrecortado, pues no pudo evitar morderse el labio inferior. Antes de que pronunciase la palabra entera un nuevo azote interrumpió su petición.

-¡Ah!- Gimió.
Y una fina grieta en la parte superior de su muslo derecho pareció abrirse como un regalo para mí. La estrecha línea que había cortado con el canto de la correa empezó a teñirse de un rojo brillante, y una tímida gota de sangre escurrió por su pierna, lentamente. La recogí con la yema de los dedos y me la llevé a los labios. Seguía tibia y era salada, espesa. Cerré los ojos para saborearla.
Volví a acariciar su piel, que por momentos se enrojecía más y más.

Ella suspiraba. Veía su espalda subir y bajar, y sus omóplatos moviéndose acompasadamente. Dejé el cinturón a un lado y me acerqué más a ella por detrás, hasta que sentí su culo contra mis caderas.
Retiré con delicadeza los mechones de pelo que no me dejaban ver toda su piel y apoyé mi mano derecha en su cuello, esperando a que su respiración volviese a la normalidad.
Cuando se relajó, hundí con fuerza mis uñas en su espalda y la recorrí de arriba a abajo. Ella se arqueó entera, y un gemido mezcla del dolor y del placer rompió el silencio.

Sus brazos cedieron y se dejó caer sobre el colchón entre suspiros, con su culo aún contra mi piel.
Con mi mano derecha empecé a acariciar la parte interna de sus muslos. Ella suspiraba sin cesar.
Seguí subiendo hasta su pubis y ella se estremeció. Estaba muy húmeda.
Comencé a acariciarle los labios primero, y luego el clítoris, disfrutando de cada vez que ella movía y arqueaba su espalda, moviendo sus nalgas contra mí.
Aceleré el ritmo y las piernas empezaron a temblarle. Los gemidos eran incontenibles y constantes, cada vez más intensos.

Y entonces paré y observé en su cara la decepción y las ganas de que siguiera. Estaba casi temblando.

-¿Quieres que siga?- le dije.
Ella no acertó a pronunciar una palabra. Simplemente vi cómo asentía con su mejilla apoyada contra las sábanas y los ojos aún cerrados.

-Pídemelo.- Ordené, con una voz tan rotunda que abrió los ojos de repente. Pero no dijo nada.
-¡Que me lo pidas!- Repetí, inclinándome sobre ella y agarrándole fírmemente del cuello.

-...Por...f-favor...-
-¿Por favor qué?- Susurré inclinándome aún más sobre ella.
-...Por favor...fóllame más fuerte...sigue.

Esa frase pareció mantenerse flotando en la habitación y en mi cabeza.
Dicho y hecho.

Metí mis dedos índice y corazón de la mano derecha en mi boca para humedecerlos y volví a su coño. Los introduje en su vagina y comenzó a retorcerse sin que tuviera que moverlos. Los saqué, lentamente, más mojados de lo que entraron, y volví a meterlos algo más dentro que antes. Repetí esto una y otra vez mientras ella no paraba de moverse contra mí y gemir.
Mis dedos se movían más y más rápido dentro de ella y pude ver cómo sus pequeñas manos se agarraban con fuerza a las sábanas. Sus gemidos se volvían más agudos y más potentes, hasta que casi pareció que gritaba.

En un último movimiento de mis dedos, se corrió y se dejó caer del todo sobre la cama, con ligeras sacudidas en sus muslos y su vientre. Seguía respirando muy rápido y su cuerpo se retorcía buscando el mío, aunque yo seguí un rato observándola a cierta distancia.

Nunca había pensado que un cinturón pudiera dar tanto juego.



martes, 8 de enero de 2013

Ménage à trois

Los vampiros somos seres muy sexuales. Realmente no es tan raro. Los humanos también gozáis del sexo como uno de los mayores placeres de la vida desde los albores del tiempo, pese a los tabús que lo han ido envolviendo con el paso de la historia. Pero pensad que, nosotros, viviendo durante siglos, conociendo a sólo unos pocos seres iguales con los que desatar nuestras más oscuras perversiones, tenemos una gran necesidad de mantener relaciones sexuales cuando se tercia. Y me consta, dada mi lista de amantes a lo largo de los años, que somos criaturas con grandes capacidades amatorias.
El sexo con humanos es diferente al que se practica con congéneres. Entre nosotros podemos dar rienda suelta a nuestra fuerza, a nuestros dientes, a nuestra velocidad y el resto de ventajas de las que gozamos.
Releyendo lo hasta ahora escrito, me he dado cuenta de que no os he contado ninguna experiencia con vampiras aún.
Bueno, se acabó la espera para vosotros.

Durante los primeros años como vampira, Less me presentó a varios amigos suyos, del mundillo, por así llamarlo. Como primeriza que era, despertaba risas en los más veteranos cuando me sorprendía de esto o aquello, o cuando apretaba los puños intentando contener mi sed. Aunque no tengo queja de su trato, pues me enseñaron todo lo que sé, a veces me sentía el bufón de la "especie". Pasaba de mano en mano y aguantaba las observaciones que todos hacían de mí. Aunque entonces mi carácter de jovencita malcriada me hacía querer matarlos a todos con la mirada, ahora veo todo aquello como un simple ritual de iniciación, sin apenas malicia por su parte.

Apenas.
Retomando lo dicho anteriormente, los vampiros somos altamente...¿cómo lo llaman ahora?..."ninfómanos", tal vez. Y nuestras habilidades en la cama también precisan de enseñanza por parte de otros compañeros.
O compañeras.

Less y su amiga (también vampira) estaban especialmente contentas aquella noche. Y creo recordar que yo también. El opio y la sangre bebida aquel día provocaron en nosotras una euforia incontenible. Glorioso fue el siglo XIX para nosotras.
Todos nos reuníamos por aquel entonces en un refugio común, dedicado a disfrutar fuera de la manera que fuera, y con todo el material disponible para ello.
Entre risas y sugerentes propuestas, Less, su amiga y yo terminamos jugueteando tiradas en el suelo de piedra, acariciándonos y retozando como gatas en pleno celo. Cada ocurrencia de una producía carcajadas en  las otras dos. La amiga de Less murmuró algo en su oído, haciendo que esta se mordiese juguetonamente el labio mientras decía:

-Oh...así que te gusta Adair...

Yo, que no estaba acostumbrada a la droga, ni tampoco a la sangre, y mucho menos a los cumplidos, sentí en mis mofletes sensación de ruborizarme, cosa imposible dada mi condición de vampiro.
Las dos me miraron durante unos instantes y luego se miraron entre ellas. La chispa que saltó entre sus ojos hubiera podido verse a distancia hasta por un tonto. Algo tramaban, lo entendí desde el principio.
Sonrientes como niñas traviesas se incorporaron y tiraron de mis manos conduciéndome a la gran cama de la que disponíamos en el refugio. Bastantes compañeros que se encontraban en ella dejaron de hacer lo que fuera que cada uno hacía para observar la escena, siempre con esa sonrisa de superioridad y curiosidad en sus caras.

De un ligero empujón me tiraron boca arriba sobre el colchón de la cama, y en seguida el resto de congéneres abrió hueco como si fuera un teatro y yo fuera la estúpida primeriza en mitad del escenario. Con rapidez y aprovechándose de mi lamentable estado de embriaguez y bloqueo, Less tiró de mis manos arrastrándome por el inmenso colchón hasta el cabecero de la cama, al que ató mis muñecas con el lazo que hasta entonces llevaba decorando su cuello. Su amiga se acercó a mí con parsimonia y sensualidad, gateando hasta  mí y comiéndome con la mirada.
Aún no la he descrito. Como si hecho adrede, era rubia. Os recuerdo que Less era morena, y yo pelirroja. Sus ojos eran verdosos, teñidos de marrón claro en los bordes. Con un cuerpo del que a muchas les gustaría presumir, con proporciones equilibradas y curvas perfectas, resulta que tenía antojo de "la flacucha de Adair".

Cuando estuvo a mi altura, me miró a los ojos unos segundos. Sin mediar palabra y manteniendo la mirada, tiró del cuello de mi blusa de encaje y la rasgó en milésimas haciendo saltar los botones por el colchón. Mi palidísima piel y mis pechos quedaron al descubierto.
Less, sonriente, se colocó detrás de la rubia y le desató el corsé con movimientos rápidos. Pronto ambas quedamos desnudas de cintura para arriba. Todos nos miraban disfrutando del momento, pese a que yo me sentía avergonzada y en parte forzada. En parte.
La rubia se abalanzó sobre mí sin que pudiese mediar palabra y comenzó a besarme. Less entre tanto seguía  jugando a desnudarme y me quitó con agilidad la ropa que cubría mis piernas, y también la ropa interior. Quedé totalmente desnuda por aquellas dos vampiras y rodeada de ojos curiosos. Less echó levemente a un lado a la rubia, de tal manera que quedaron las dos a gatas a ambos lados de mi cuerpo. Las dos se desnudaron también, lo cual agradecí esperando que los demás dejasen de mirarme a mí.
Inmóvil, desnuda, y con las dos vampiras más bellas que conocí utilizándome como juguete. Así estaba.
Less me besó el cuello suavemente mientras su amiga deslizaba su mano por mi cuerpo haciendo maravillas.
Los besos de Less eran tiernos y juguetones. Las caricias de la rubia ardían. Pronto sus manos llegaron a mi pubis y me sacudieron varios escalofríos.
Cuando Less notó mis ligeros espasmos, paró en seco la mano de la rubia agarrándola por la muñeca y dejó de besarme. Se situó de rodillas entre mis piernas y me acarició los muslos.
Mis sentidos estaban desorbitados en aquel momento.
La rubia me miraba con demasiado deseo para lo que estaba acostumbrada. Sus ojos ardían. Mientras que los besos de Less eran dulces, los que me daba la rubia eran apasionados, fuertes, rápidos. Me llenó el cuello de intensos mordiscos que me hacían emitir pequeños gritos una y otra vez.
Less, bajo su máscara de niña inocente, había empezado otro juego por su cuenta entre mis piernas. Sus manos acariciaron cada pliegue de mí haciendo que pronto empezase a retorcerme de placer, entre el dolor de los mordiscos de su amiga. Cerré los ojos y me olvidé de nuestros espectadores. Demasiadas sensaciones me recorrían como para que me importase nada.
Los dedos de Less me estaban llevando al orgasmo, lo sentía. Mi respiración se veía interrumpida por jadeos y quejidos de dolor de los mordiscos. Sentía que me corría y que no podría evitarlo. Estaba totalmente indefensa.
De pronto, Less paró y me dejó a las puertas del clímax. El placer se agolpó contra cada rincón de mi cuerpo intentando en vano salir. Su amiga, ajena a todo, seguía besándome y mordiéndome como esperando encontrar sangre en mi cuello inmortal. Less la obligó a incorporarse tirándole del pelo desde detrás. Tiró hasta dejar la oreja de la rubia a la altura de su boca y le susurró sin dejar de mirarme a los ojos: "Házselo tú".
La rubia se relamió al oír sus palabras y gateó velozmente hasta tener su cabeza entre mis muslos. Less, por su parte, dejó la ternura a un lado y colocó una rodilla a cada lado de mi cabeza, dejando a la altura de mi boca su sexo. Sin que tuviera que decirme nada, comencé a lamerlo instintivamente. Me gustó su sabor.
Las ansias de placer podían con mi raciocinio entonces.
Noté cómo la rubia lamió mi coño lentamente de abajo a arriba. Gemí. Less suspiraba encima de mí, con los ojos cerrados.
Su amiga siguió jugando con la lengua, cambiando de velocidad. Me agarraba los muslos con fuerza atrayéndome hacia su boca. En un momento quitó una mano de mi pierna y comenzó a tocarse.
No podía más. Estaba indefensa y me encantaba.
Mis gemidos se ahogaban en el cuerpo de Less, que pronto también comenzó a mover sus caderas buscando mi lengua con cada recorrido de ésta.
Mi cuerpo entero se estremecía a cada milésima, mis caderas se retorcían, mis muñecas dolían de apretarlas contra el cabecero. La rubia clavó las uñas de su mano libre en mi costado derecho.
Y entonces llegó. Me corrí. No hay otra forma de decirlo. Me corrí en aquella cama, en la boca de una rubia impresionante y con la mía en el cuerpo de una morena no menos bella. Gemí, casi grité. Lo recuerdo porque no había ni un sonido más en la sala.
Less sonreía triunfante desde arriba. La rubia se relamía como una leona tras cazar a su presa. Yo me retorcía bajo la mirada de un círculo de vampiros.

Fue una experiencia inolvidable, como poco. Dicen que para todo hay una primera vez.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Clímax

Y allí estábamos nosotras, en su cama, recién asomada la luz de la mañana al interior de su habitación.
Desnudas y revueltas entre las sábanas como si la noche anterior hubiera sacudido la casa un terremoto.
Y bueno...en cierta forma así fue.

Recuerdo mi boca bajando desde su pecho hasta su ombligo, y toparme con su ropa interior de encaje negro, y quitársela despacito, como con pereza. Después besé todo aquello que descubrió la tela, besé toda su piel. Acaricié sus muslos con las yemas de los dedos, como si se los estuviera recorriendo una pluma en vez de mis manos.
Allí, con la cabeza entre sus piernas, tracé con la punta de la lengua una línea en el borde de su muslo izquierdo.
Levanté la vista y me topé con su cara. Estaba sonrojada, le daba vergüenza pero se moría de ganas.
Sonreí y se ruborizó aún más.
Volví a bajar la cara y con la ayuda de mis manos intenté que se tranquilizase.
Una caricia aquí, otra allá... un par de besos...
Cuando cerró los ojos, la recorrí por primera vez con la lengua.
Le dio un escalofrío y echó la cabeza hacia atrás.
Muy despacio, de abajo a arriba, otra vez más. Volvió a estremecerse. Dejó los labios entreabiertos, estaba preciosa.
Otra, y otra algo más rápida. Sabía mejor que la sangre de muchos mortales.
Solo con la punta de la lengua, otra más, y más, y más...
Cerré los ojos para disfrutarla mejor.
La saboreé como al mejor de los frutos, rodeándolo con mis labios, chupando, lamiendo, acariciando mientras tanto sus muslos y acercándola hacia mí.
Pronto empezaron a oírse sus suspiros.
Quería más y más de ella. Cada vez jugaba más rápido con la lengua, cada vez más cerca, algo más fuerte...quería sentir como terminaba en mi boca.
Sus jadeos eran cada vez más rápidos, sus escalofríos tan fuertes que era como si se transmitieran a mi cuerpo sus sensaciones.
Cuando estaba cerca, abrí los ojos para verla y disfrutarla aún más.
Su cuerpo se preparaba. La cadera con un ligero vaivén, el pecho subía y bajaba rápidamente. Los muslos le temblaban, las manos se extendían tensas sobre las sábanas, como si fueran ellas quienes la mantenían sujeta a la cama. La cabeza hacia atrás dejaba a la vista el cuello, con los músculos moviéndose sin descanso.
Un escalofrío me recorrió la espalda cuando oí el primer suspiro que se convirtió en gemido al salir de su boca. Separó la espalda de la cama elevando un poco el pecho y el movimiento de sus caderas se hizo más fuerte.
Siguió gimiendo y yo lamiendo lo más rápido que pude, intentando mantener la concentración en hacerla disfrutar aunque la tuviese ahí, tan guapa, corriéndose ante mis ojos.
Sus manos agarradas a las sábanas con fuerza, las mías rodeando sus muslos y apretándola contra mí.
Cada gemido me provocaba un escalofrío, más altos, más rápidos, más agudos...
Hasta que el último gemido cortó el aire.
Su cuerpo cayó como si hubieran cortado las cuerdas a una marioneta sobre la cama, entre pequeños espasmos involuntarios. En su cara seguía el gesto del placer, era lo más bonito del mundo.
En mi lengua sabía a ella. Lamí un par de veces muy lentamente para recoger de ella todo lo que pude mientras miraba cómo se retorcía sobre el colchón.
Se había corrido en mi boca, en mi lengua.
Era mía.